Las facultades de Periodismo no enseñan a lidiar con el
dolor. Ni pueden. Esa parte queda a la práctica, a un abecé individual que
circunstancias aciagas y azarosas determinarán si se aprende. Sin embargo, se
puede anticipar que cada reportero sale a dar cobertura ante situaciones de
desastres con un morral de incertidumbres sobre lo que va a encontrar.
Pero
nunca está lo suficientemente preparado
para ver los ojos de las víctimas, de los sobrevivientes, de las
familias que han perdido a alguien.
El avión siniestrado en La Habana este fatídico 18 de mayo,
en el cual fallecieron 110 personas, nos hace pensar en esa idea muchas veces
compartida: la noticia que nadie quiere dar, y mucho menos encabezar.
La opinión pública ha demostrado una solidaridad inmensa
porque también ha tenido la información precisa, abundante y oportuna. Pero,
¿cómo hacer este trabajo sin violentar ese espacio cargado de sufrimiento?
¿Cómo hacer una foto, cómo enfocar una cámara, mientras otro llora y sangra por
dentro? ¿Cómo explorar esas miradas al vacío a través de un lente?
El entrevistador podrá tener una idea sobre qué preguntar a
un doliente, pero la realidad de la tristeza le borrará de un plumazo cualquier
cuestionario. Y solo tendrá a mano el respeto. Deberá sobreponerse a un corazón
estrujado y seguir la brújula de los millones pendientes de una respuesta. Por
eso quien pregunta se acerca con timidez, como si se disculpara por hacer bien
su trabajo, como si pidiera perdón. Y así lo hemos visto en estos días de luto.
Estas situaciones también someten a escrutinio el valor y
sensibilidad de los profesionales de la palabra. Hay una línea fina que nunca
debería cruzar un periodista, entre lo que muchos necesitan, quieren conocer
para cumplir ese derecho de estar informados, y el otro lado más primitivo del
morbo y el sensacionalismo.
Muchos celulares se encienden y graban en los primeros
minutos del desastre, y quizás algunas imágenes solo sirvan para compartirlas
de mano en mano en cualquier esquina, pero tal vez otras permitan arrojar luz
en las investigaciones del suceso o para calibrar –si se puede todavía más-
tamaño siniestro, o para guardar el heroísmo de vecinos devenidos rescatistas.
Mientras las redes sociales hoy día comparten algunas
informaciones falsas, la gente sigue confiando en el periodista, quien aun con
los ojos nublados frente a una pantalla solo atina a pensar en el otro, en
el que espera una noticia, la noticia, y
también padece el dolor.
Por: Iris Hernández / Fotos: Tomadas de Cubadebate